El periodista y guionista Michael Herr conoció y fue amigo de Stanley Kubrick. Durante 20 años mantuvieron encuentros y conversaciones telefónicas en las que abundaron los intercambios de pensamientos e ideas sobre el ser humano, la filosofía y las posibilidades del cine. En Kubrick de editorial Anagrama (2001), Herr desmitifica la personalidad de Stanley Kubrick, ahonda en algunas de sus obsesiones y, sobre todo, relata cómo fue la experiencia de haberse relacionado con una persona autodidacta ajeno a la imposibilidad y con una mente privilegiada.

La vida del director de Lolita estuvo marcada por los enigmas. Se decía que Kubrick era un hombre frío, desapegado de las emociones y controlador. Herr se encarga de desmentir parte de dichas ideas, las que fueron producto de una prensa y espectadores que no comprendían las motivaciones de un cineasta que dirigió poco y al cual no le gustaba la farándula. En cambio, Kubrick en palabras de Herr era un hombre sencillo e interesado en varios temas de índole intelectual. También era cercano y protector de su familia, además de ser un individuo que podía mantener conversaciones telefónicas eternas, ya sea del cine, de Hemingway, del Holocausto Nazi, de Napoleón y del ajedrez, entre otros temas. En cierto que quienes trabajaron con él usualmente quedaban estupefactos por su lejanía al término de los rodajes. Aun así, Herr describe que Kubrick hablaba con cariño de los actores que en el pasado colaboraron con él.

Pero en Kubrick el hombre detrás de 2001: Odisea en el Espacio también era obsesivo y tímido. Herr lo estimaba, y mucho, pero también reconoce en su libro que el director de La Naranja Mecánica podía ser increíblemente cargante, obstinado y latoso. Lo define como un sujeto de apariencia descuidada, calculador y temeroso del contacto físico. También era consciente de su fama y del poder que tenía su nombre en la industria. Herr fue el autor del guión de Nacido para Matar, experiencia de la cual relata la acuciosidad de Kubrick al recrear una ciudad vietnamita en ruinas cerca de Londres. Kubrick sabía desde qué tipo de palmera crecía en el sudeste asiático hasta el tipo de luz que se necesitaba para rodas las escenas que tenía en mente. Nada se le escapaba y su atención por los detalles podía retrasar rodajes. Herr lo describe como un hombre con un apetito voraz por el conocimiento, el que además casi siempre mantenía la calma. Nunca gritaba, si bien era desconfiado y sus ojos siempre tenían una mirada penetrante dirigida a expugnar a los interlocutores sin que estos se diesen cuenta.

Stanley Kubrick se asentó en Inglaterra, pero Herr explica que esta decisión no fue por rechazo a Estados Unidos. Al contrario, lo describe como un amante de la cultura estadounidense hasta el punto de ser un fanático de Los Simpson, y también de las sitcoms Seinfeld y Roseanne.

“…Stanley habría dicho el dinero, pero creo que el elemento más perecedero cuando se hace una película es la veneración. En la mayoría de las películas, nunca va más allá del primer día de rodaje, pero en el caso de Stanley duró toda su vida. Se puede seguir su carrera a través del curso de una serie de entrevistas realizadas generalmente con actores, aunque no siempre, normalmente en un lapso de dos años: se sienten muy honrados de trabajar con Stanley, harían cualquier cosa en el mundo para trabajar con Stanley, sería tal privilegio que trabajarían gratis con Stanley. Y luego trabajan con Stanley y pasan un infierno que jamás habían imaginado en toda su carrera; piensan que ha sido una locura meterse en ese proyecto, se dicen que morirían antes de volver a trabajar con Stanley, ese maníaco lleno de obsesiones, y cuando todo ha pasado y han dejado atrás la fatiga de un trabajo tan intenso, harían lo que fuera en el mundo para volver a trabajar con él. Durante el resto de su vida profesional anhelan volver a trabajar con alguien que se preocupe tanto como Stanley, alguien del que puedan aprender. Buscan a alguien a quien puedan respetar tanto como le respetaban a él, pero no encuentran a nadie. Su veneración aprendida y ficticia por el mundo del espectáculo ha sido purificada y ha renacido como veneración real. He oído esta historia muchas veces…”


Este extracto de Kubrick en palabras de Herr resume quién fue Stanley Kubrick, un director que todavía ha sido difícil de olvidar. En poco más de 120 páginas, Michael Herr relata un testimonio fascinante, de primera fuente y sin conjeturas. La parte final de su obra se centra en lo que significó para Kubrick el rodaje de Ojos Bien Cerrados, su último filme. Falleció producto de un infarto, pero alcanzó a montar su última obra, la que en el momento de su estreno produjo el rechazo de la crítica. Herr observa lo refinado de este proyecto, considerándola una obra artística mayor en torno al matrimonio y la infidelidad.

Kubrick es un libro apasionante y, probablemente, uno de los mejores testimonios sobre Stanley Kubrick y su obsesión por la perfección. Michael Herr redactó una obra esencial, poco conocida y que a cualquier lector y cinéfilo le permitirá comprender el genio de uno de los cineastas más relevantes de la historia del cine. Una vez leído el libro la sensación es clara y reveladora: una necesidad absoluta por ver, una vez más, alguno de los filmes de Kubrick o bien toda su filmografía.