El cineasta André Øvredal sorprendió a espectadores y críticos en 2010 con Troll Hunter. El filme era una atípica historia fantástica sobre un grupo de jóvenes que descubren trolls gigantes en los parajes aislados de Noruega. Una lograda puesta en escena, una correcta dirección de actores y talento para crear ambientes colocaron al cineasta en el mapa de grandes estudios. Seis años después Øvredal regresa con La Autopsia de Jane Doe, filme que a pesar de tener mayores recursos sobresale por su inventiva e historia. En esta oportunidad, los protagonistas son un padre e hijo patólogos, quienes reciben el cuerpo de una anónima mujer proveniente de un cruento crimen. Durante la disección del cadáver encuentran extrañas evidencias físicas, a la vez que se desencadenan extraños episodios paranormales.

Los primeros 30 minutos de La Autopsia de Jane Doe es un ejercicio magistral de cine y de economía narrativa. Øvredal toma algunos guiños hitchkoneanos al situar su película en un solo escenario, además de trabajar el suspenso con cada corte de los forenses. Hay tensión y buenos diálogos a partir de la química entre Brian Cox y Emile Hirsch. A ello se suma en lo formal la utilización de diversos encuadres que van marcando el ritmo del filme. Lo interesante es que se trata de un ejercicio arriesgado, ya que en el género de terror, por lo general, las escenas que abusan de elocuciones interpretativas suelen ser sosas y reiterativas. En cambio, en La Autopsia de Jane Doe sucede lo contrario, ya que cada palabra o frase está supeditada al encuadre. Øvredal transforma una obra de horror en un acucioso relato sobre la ciencia y los límites de lo fantástico.


La Autopsia de Jane Doe tiene el mérito de situar al espectador en el terreno de la curiosidad y la necesidad de indagar evidencias que se cuestionan los protagonistas. En torno al cuerpo inerte y sin daños aparentes surge la incertidumbre. Padre e hijo tratan de razonar en torno a lo inexplicable. Aquella idea es el punto de vista más interesante de la película, debido a que Øvredal muestra que la maldad es un estado insoslayable y que no admite fórmulas matemáticas o científicas. Al mal no se le puede medir, calificar o comprender. Sólo es una fuerza destructora que despoja al hombre de su sanidad. Jane Doe no se mueve, no habla y tampoco respira, pero en ella prevalece el odio y la venganza aún después de varios siglos.

Lucio Fulci en los filmes Aquella Casa al lado del Cementerio y en El Más Allá sitúo a sus protagonistas ante un encuentro predestinado con el mal. El cineasta italiano tenía talento para hacer de los sótanos lugares horripilantes a partir de la ambientación y el uso de cámara. Øvredal sigue dichas lecciones, pero renueva la idea de unión entre perversidad y humanidad en forma accidental, como si se tratase de una fuerza en permanente movimiento y que termina por destruir a todos los que se cruzan por su camino, siempre teniendo presente la sensación de claustrofobia y de fatalidad. El espacio laboral de los patólogos se achica y se agota, así como las posibles conjeturas científicas en torno a un misterio.

La Autopsia de Jane Doe es un cine de terror dispuesto a obviar el susto predecible. Se nota que Øvredal tiene cariño por el material que rodó, llevándolo hacia nuevas posibilidades estéticas y narrativas, las que han sido reconocidas en festivales como el de Sitges, en donde obtuvo el Premio Especial del Jurado. Se trata de una obra de terror que va más allá de la media, al igual que los esfuerzos de carácter independiente de La Bruja de Robert Eggers y de las últimas obras comerciales de James Wan (El Conjuro, Insidioso). La Autopsia de Jane Doe es una experiencia que sobrecoge por su efectiva simpleza y falta de pretensiones. En vez de ello, hace lo que las películas de terror deberían hacer: asustar de manera inteligente desde lo que no podemos ver y comprobar.

Título: La Autopsia de Jane Doe o La Morgue / Director: André Øvredal / Intérpretes: Brian Cox, Emile Hirsch, Ophelia Lovibond, Michael McElhatton y Olwen Catherine Kelly / Año: 2016.