Hace algunos días tuve el enorme privilegio de conocer, saludar e intercambiar algunas palabras con el cineasta alemán Werner Herzog. A varias de mis amistades y conocidos les comenté sobre este encuentro y creo sinceramente que pocos comprendieron la importancia de este hombre de más de 70 años, quien está más activo que nunca y con varios proyectos en desarrollo. Desde mi punto de vista, Herzog es mucho más que un cineasta o un autor reconocido por obras obligadas como Aguirre, La Ira de Dios, Fitzcarraldo o Cobra Verde. Me gusta pensar que no conocí sólo a un realizador, sino también a un pensador, a una mente privilegiada por su capacidad para entender y transmitir lo que es el mundo, haciendo de lo común un espacio para lo extraordinario.

La Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica estaba repleta de alumnos y de admiradores de Herzog. El ambiente estaba muy caluroso y también se podía apreciar algo de desorden en la espera. No obtuve el mejor asiento, pero desde mi posición podía ver la silla y mesa que habían preparado para la charla del director de Rescue Dawn. Estaba con chaqueta y corbata porque venía de mi trabajo diurno, el que me permite de alguna forma dedicar tiempo a mi pasión por escribir, ver, enseñar, hablar y pensar cine. Estaba tan ansioso en la mañana y entre reuniones y deberes sólo pensaba en la intrascendencia del día a día. Sin embargo, sabía que aquel martes el desenlace iba a ser distinto y que por un momento iba a escuchar palabras con mucho significado y trascendencia. Después de una hora de espera partió la cita y Herzog, con la simpleza y humildad que lo caracteriza, se acercó al improvisado escenario. Todos los presentes lo aplaudieron. Conozco mucho de aplausos por la gran cantidad de eventos a los que he asistido y éste era distinto porque se podía sentir en dicho gesto un enorme grado de admiración y gratitud.

La voz de Werner Herzog es una de las más fascinantes del mundo del cine. Hace muchos años la comencé a identificar a través de sus entrevistas y trabajos como documentalista. Sus observaciones han estado presentes a lo largo de toda mi vida, siempre con mensajes pertinentes sobre la humanidad, el deseo, la pasión, la muerte, la violencia, la locura y el acto creativo. En varias ocasiones me he relajado escuchando su voz, en especial, cuando habla en inglés con su característico acento alemán. Todos los presentes quedamos absortos con sus reflexiones, las que hacían referencia a su carrera como cineasta y, principalmente, a su visión de la vida, a cómo enfrentarse a lo desconocido, identificando como herramientas esenciales la lectura, el acto de caminar para “descubrir” el mundo y la introspección de uno mismo evitando tener miedo ante nuevas experiencias. Durante su presentación se dio el tiempo para contestar muchas preguntas del público, con una paciencia y falta de ego alucinante. Hubo muestras de cariño de parte de los asistentes y las aceptó todas, sin mostrar cansancio o aburrimiento. Incluso, leyó uno de los pasajes de su libro Del caminar sobre Hielo, en el que relató su travesía a pie desde Münich hasta París como una forma de resistirse al posible fallecimiento de su amiga y mentora, Lotte Eisner.

Traté de hacerle una pregunta, pero no alcancé. Sin embargo, tuve la oportunidad de situarme entre los primeros de una larga fila para la firma de sus libros y la foto de rigor. No podía creer que estaba frente a uno de mis ídolos. Le estreché la mano varias veces, le expresé mi admiración y le agradecí por toda su obra. Le dije que quería preguntarle sobre su relación con Klaus Kinski, pero me dijo que ya estaba un poco cansado para responder preguntas. Al final cuando me fui le dije “gracias, Mister Kinski”…claramente estaba algo nervioso y él se río y señaló que varias veces lo han confundido con su actor fetiche. Me quería morir por la estupidez cometida, pero a veces la emoción y admiración debilita cualquier tipo de lucidez y control. A pesar de este desliz, pude volver a conversar con él en inglés. En una segunda pasada intercambiamos algunas palabras y logré que me firmara la carátula del documental Encounters at the End of the World en blu ray. Obviamente, era una versión original. No podía literalmente “cagarla” dos veces o pasar una nueva vergüenza. Le dije lo importante que era para mí dicho trabajo, lo que es totalmente cierto. Siempre me ha gustado la idea de aquellas personas que mandan al diablo la seguridad, y que sin nada entre manos deciden irse a vivir y trabajar en un lugar como la base McMurdo en la Antártida.

Quedé muy feliz de haber conocido a Herzog. Seguramente, para él fui una mano más que estrechar y saludar. Sin embargo, en mi vida he tenido varios encuentros interesantes con artistas como el compositor Philip Glass, el cineasta Abel Ferrara, la directora Isabel Coixet, el actor Willem Dafoe y el director de fotografía Michael Chapman, entre otros. Ahora bien, este encuentro con Werner Herzog fue distinto, especial diría yo. En mi trabajo diurno he tenido la oportunidad de conocer a parlamentarios, embajadores, empresarios, inventores, comunicadores y reconocidos emprendedores. Sin embargo, pocas veces he tenido la oportunidad de conocer a un pensador, a un verdadero filósofo del cine y de la vida como lo es Herzog.

Días después me encontré viendo una vez más los documentales My Best Fiend (también conocido como Enemigos Íntimos) y Grizzly Man. El primero de ellos describe aquella relación fascinante y destructiva entre Herzog y el desaparecido Klaus Kinski. El segundo aborda la historia de Timothy Treadwell, activista que estudió en forma independiente y por ocho años el comportamiento de los osos grizzly y que finalmente pereció a manos de uno de ellos en Alaska en 2003.

Al repasar estos documentales logré una vez más reducir la ansiedad del día a día, a la vez que volví a balancear entre lo que es relevante y lo que es insignificante. Las observaciones y puntos de vista de Werner Herzog corresponden a la de un humanista, un artista que prácticamente lo ha hecho todo y que lo ha sacrificado todo, siempre desapegado de sí mismo y muy enlazado con el mundo que lo rodea. Mi encuentro con Herzog se enmarca en la admiración y en el agradecimiento de un cinéfilo hacia pensamientos, ya sea audiovisuales o narrativos, que seguramente seguirán acompañándome el resto de mi vida. ¡Gracias, Mr. Herzog!

Fotografías cortesía de Ignacio Elisse Garay.