Pensé en escribir una reseña sobre Dune 2021, la adaptación de la célebre novela de Frank Herbert a cargo del cineasta Denis Villeneuve. El filme es una obra épica, un festín para los sentidos audiovisuales en torno a una fotografía que recuerda lo mejor de Vittorio Storaro (Apocalypse Now). Propuestas como Dune nos devuelven la fe sobre el cine como espacio para el desarrollo del lenguaje cinematográfico. Además, Villeneuve se caracteriza por ser un cineasta dedicado a los detalles visuales, ámbito que ya exploró en Blade Runner 2049.

En la pantalla grande vimos la primera parte de la saga, ya que Villeneuve siempre tuvo en mente dos películas para poder abarcar la totalidad de la visión de Herbert, así como sus reflexiones en torno al poder. A ello se suma la preocupación por otorgar al filme con el misticismo detrás de la obra original, cuyas raíces se sustentan en el carácter mesiánico de su protagonista, Paul Atreides (Timothée Chalamet). Sin duda, disfruté el visionado de esta película, pero a diferencia de la versión de David Lynch de 1984, realmente no logré empatizar con los personajes de la propuesta de Villeneuve. Chalamet está correcto en su rol, sabe que carga con el filme. No obstante, son los secundarios que fallan. Rebecca Ferguson deja de lado roles más riesgosos (como en Doctor Sueño) por un papel más cercano a lo convencional. A su vez, Zendaya, Oscar Isaac, Jason Momoa y Josh Brolin sustentan sus roles en cierta pose visual, con silencios, reflexiones y miradas puestas en el atardecer, el desierto, el futuro e, incluso, en la providencia. Ahora bien, más convincentes son Javier Bardem como el fremen Stilgar y Stellan Skarsgärd como el repulsivo Barón Vladimir Harkonnen.

Reitero, el filme de Villeneuve es una proeza visual, pero poco pude empatizar con sus personajes, no me quedé pensando en ellos, menos en sus encrucijadas. Alfred Hitchcock era el maestro del suspenso por medio del lenguaje audiovisual, pero nunca descuidó a sus personajes y las historias de sus filmes. También reconozco que tampoco me gustan las comparaciones, ya que siento que suelen ser de mal gusto. Dune de Villeneuve y la versión de Lynch son obras distintas, hijas de sus diversos contextos. Jamás, por ejemplo, haría una crítica comparando los méritos de las tres versiones de Motín a Bordo. Cada una la analizaría en su contexto único, social, interpretativo y técnico. Pero mi alma de cinéfilo nostálgico me dice que mejor hable de Dune de David Lynch, una obra que en sus soles y bemoles vale la pena rescatar a la luz de la obra de Villeneuve.

Dune bien podría ser uno de los antecedentes directos de los universos de George R.R. Martin en torno a Game of Thrones. Estamos ante una historia que habla del poder, revelaciones, magia y viajes espaciales tridimensionales. La Casa Atraides obtiene la potestad y custodia de Arrakis, planeta en donde se extrae la especie Melange, un compuesto que permite los viajes espaciales y que además sustenta la economía del universo. En el filme acontecen traiciones que terminan abriendo el camino para el destino final de Paul Atreides, el elegido que vendrá a reestablecer el orden y la correspondiente venganza contra El Emperador Padishah Shaddam IV y los Harkonnen, en la figura del barón Vladimir y sus cruentos sobrinos.

A David Lynch no le gusta hablar de su versión de Dune 1984. Serios problemas en la producción del filme, reescrituras del guion y la contienda por el control, entre el director y los productores Dino y Raffaella De Laurentis, impidieron la visión del cineasta de Terciopelo Azul. Lynch perdió el control creativo que había ganado en Cabeza de Borrador y El Hombre Elefante. Además, su propuesta visual sobre Dune no contó con los mejores efectos visuales de la época y en ocasiones la película tiene un tufillo a telefilme que es bastante evidente. Muchas ideas, quizá demasiadas, se sumaron a la versión de Lynch, si bien su imaginería está presente, en menor o mayor medida. Lo que sucede es que Lynch nunca ha estado hecho para el mainstream. Dune 1984 siempre se planteó como la gran epopeya de la ciencia ficción posterior a la primera trilogía de la Guerra de las Galaxias. Antes, en los años 70`, nuestro Alejandro Jodorowsky quiso realizar una versión única y atípica de Dune, la que incluía a Salvador Dalí. Sin embargo, las ideas de dicho autor colisionaron con las apuestas menos arriesgadas de las casas productoras de aquel tiempo. Es así que la visión de David Lynch también estaba condenada al fracaso, principalmente por la condición de autor de su director.

A pesar de las problemáticas de dicha producción y de lo condensado de su relato, Dune 1984 llama la atención por sus intérpretes. Brad Dourif, José Ferrer, Linda Hunt, Freddie Jones, Richard Jordan, Everett McGill, Kenneth McMilan, Jürgen Prochnow, Paul L. Smith, Patrick Stewart, Dean Stockwell y Max Von Sydow se unieron a un elenco de jóvenes actores como Sean Young, Sting y Kyle MacLachlan, el Paul Atreides de turno y actor fetiche de Lynch, desde Terciopelo Azul a la célebre Twin Peaks. Recuerdo con cariño a cada uno de estos intérpretes y sus roles, además de sus reflexiones en pantalla. Un reparto de lujo en oficio y credibilidad, a la vez que la versión de Lynch no se toma tan en serio ciertos pasajes en relación a la novela de Herbert. Es una película de ciencia ficción con otros dos notables logros: la fotografía de Freddie Jones y el sugerente score a cargo de la banda Toto.

Kyle MacLachlan debutó como protagonista en esta película. Su semblante de héroe es mesurado y creíble, como si se tratase de una interpretación shakespereana. Todos los intérpretes tienen su momento en pantalla en la que es una de las películas más subestimadas de la década de los años ochenta. Hay errores narrativos, confusiones a nivel de sintaxis visual, pero la venganza de Atreides produce empatía y dan ganas de acompañarlo a lo largo de su historia. Quizá la gran dificultad de la obra de Lynch es su timing, una historia extensa, pero que en cine fue mutilada y acortada a una versión de 137 minutos.

En todo caso, sigo pensando en la fallida versión de Lynch, en lo que pudo ser y en lo que terminó siendo. Es una obra de transición para el género de ciencia ficción forjado en Estados Unidos, en medio de la administración republicana de Ronald Reagan en los descuentos de la Guerra Fría. Dune 1984 muestra personajes heroicos y también repulsivos. Nunca olvidaré al perturbador y pelirrojo Sting en el rol de Feyd Rautha, así como los lamentables chromas visuales de los gusanos de Arrakis. Como dije al principio, Dune 1984 fascina por sus soles y bemoles, por lo que nunca llegó a ser, como si se tratase de una obra bastarda o bien con un progenitor fílmico que fue limitado por terceros.

Invito a las nuevas generaciones a que rescaten la versión de Dune de David Lynch. Este objetivo no es para compararla con la versión de Denis Villeneuve, sino más bien para que se conecten con sus intérpretes, su falta de pretensiones, errores, aciertos y omisiones. Es una película difícil de olvidar, a la vez que está limitada por su propia escala. La obra más convencional de David Lynch, más cercana a los códigos de un género cinematográfico, terminó siendo la más impersonal. No obstante, hay algo que fascina en su metraje y en su desproporción. Aquella fascinación la sigo sintiendo y explorando e invito a mis lectores a que se dejen llevar por la propuesta de Lynch. ¡Creo que no lo lamentarán!

Título original: Dune (Duna, Dunas) / Director: David Lynch / Intérpretes: Kyle MacLachlan, Sean Young, Virginia Mandsen, Silvana Mangano, Francesa Annis, Brad Dourif, José Ferrer, Linda Hunt, Freddie Jones, Richard Jordan, Everett McGill, Kenneth McMilan, Jürgen Prochnow, Paul L. Smith, Patrick Stewart, Sting, Dean Stockwell y Max Von Sydow / Año: 1984.