Directores alemanes como Ernst Lubitsch y Robert Siodmak, y los austriacos Fritz Lang, Billy Wilder y Fred Zinnemann, fueron piezas esenciales en la conformación del cine estadounidense, dictando cátedra en torno a la conformación de géneros, como el cine negro, y en el desarrollo de nuevos lenguajes cinematográficos. Décadas más tarde, otra generación de cineastas extranjeros aportó su huella a la conformación de un cine más comercial, pero también con ideas frescas que finalmente se materializaron en filmes que hoy son catalogados de culto.

Uno de estos directores fue el alemán Wolfgang Petersen, lamentablemente algo olvidado en los últimos 20 años. La última incursión exitosa de Petersen fue el taquillazo de Troya junto a Brad Pitt en 2004. Sin embargo, dos años más tarde vino Poseidón, el decepcionante remake de La Aventura del Poseidón, con un Kurt Russell y Josh Lucas totalmente extraviados en un relato de supervivencia poco efectivo. Bueno, el filme dividió a la crítica y Petersen desde entonces sólo ha dirigido un filme en 2016: Four Against the Bank.

Ahora bien, Wolfgang Petersen pasará a la historia del cine con uno de los filmes bélicos más notables, tanto en historia como en puesta en escena, a principio de los años 80. Me refiero a Das Boot (El Submarino), en donde fuimos testigos de las atribulaciones de una tripulación de un U-Boat en plena Segunda Guerra Mundial. Fue una de las primeras veces en donde la militarización nazi se humanizaba (tal como sucedió con La Cruz de Hierro de Sam Peckinpah), hasta el punto de mostrar a una fuerza naval que simplemente acataba órdenes en medio del Océano Atlántico. Era el horror de la guerra, además de la sensación de aislamiento a cientos de metros de profundidad. A ello se sumó la pericia de movimientos de cámara y trucos visuales nunca antes vistos en pantalla grande. Fue tal el éxito de Das Boot que terminó por adaptarse también a una serie de televisión. Petersen fue nominado al Oscar como Mejor Director y desde entonces tuvo carta abierta para realizar nuevos proyectos.

El cineasta alemán se enmarcó en la exitosa La Historia sin Fin, una proeza visual mucho antes de los efectos visuales por computadora. También, en los 90, tuvo algunos éxitos como En la Línea de Fuego, Epidemia, Air Force One y La Tormenta Perfecta. Pero Petersen también tuvo una importante incursión en el género de ciencia ficción, a través del filme Enemigo Mío. Esta propuesta visual fue un fracaso comercial en 1985, si bien la película rápidamente, en el formato VHS y en la televisión por cable, fue poco a poco redescubierta por una importante legión de fanáticos.

Enemigo Mío, sin duda, fue un filme incomprendido y adelantado a su época. En el filme, Davidge, un piloto de guerra interpretado por Dennis Quaid, cae a un planeta desconocido luego de abatir una nave enemiga. En su nuevo hábitat encuentra a Drac (Louis Gossett Jr.), el piloto que derribó perteneciente a la raza Dracon, una que ha estado en permanente conflicto con la raza humana producto de procesos de colonización en el espacio. El filme introduce ideas de relatos como el de Robinson Crusoe de Daniel Defoe, y también de filmes como Infierno en el Pacífico de John Boorman. En pantalla vemos a dos hombres totalmente disímiles en creencias, motivaciones y culturas, los que finalmente tendrán que unir fuerzas para sobrevivir.

Enemigo Mío es una historia sobre la tolerancia en el espacio, sobre la capacidad para superar nuestros paradigmas de vida. Incluso, el filme fue muy audaz al introducir casi cuarenta años antes tópicos relacionados con la sexualidad, género y paternidad. Creo que fue una obra incomprendida de la cual se esperaba más batallas en vez de un relato épico que va más en línea con una reconversión personal. Tanto Davidge como Drac terminan siendo amigos, respetando sus creencias y aprendiendo uno del otro.

La sinfonía de Maurice Jarre acompaña el proceso evolutivo de ambos hombres, quienes logran dejar de lado sus diferencias y, de paso, consiguen acercar a dos razas tan desiguales en forma e iguales en propósitos y anhelos. Wolfgang Petersen construye un filme que está más cerca de los tópicos sociales de la ciencia ficción, como sucedió años atrás con la declaración medioambientalista de Silent Running.

Recuerdo haber visto Enemigo Mío muchas veces cuando era niño, quedándome fascinado por el duelo interpretativo entre Dennis Quaid y Louis Gossett Jr, además de los alucinantes paisajes del planeta en donde caen abandonados. También es interesante tener presente que gran parte del filme fue rodado por el cineasta inglés Richard Loncraine (El Misionero, Brimstone & Treacle), quien fue desvinculado del proyecto hasta recién recuperarse en 1995 con Ricardo III. Wolfgang Petersen se encargó del proyecto rodando nuevamente todas las escenas. Incluso, trasladó la filmación hasta Bavaria Studios en Alemania. Ahora bien, se trata de una propuesta fílmica 100% de Wolfgang Petersen, un director que bien podría ser considerado un buen artesano en vez de un autor. No obstante, la mayoría de sus filmes hablan de tópicos como la confianza entre seres humanos, los que son puestos a prueba ante circunstancias extraordinarias.

Enemigo Mío es un notable filme que nos recuerda la inventiva visual de los años 80, con decorados pintados. Estamos ante una obra que trató de ir más allá de las temáticas convencionales de la ciencia ficción, como lo suele ser la idea de la exploración espacial. En vez de ello, es 100% un relato íntimo sobre procesos de cambios, sobre la real apertura hacia nuevos mundos y formas de comprender y experimentar la vida.

Título original: Enemy Mine (Enemigo Mío) / Director: Wolfgang Petersen / Intérpretes: Dennis Quaid, Louis Gossett Jr, Brion James, Richard Marcus. Carolyn McCormick y Bumper Robinson / Año: 1985.