El cine documental de Maite Alberdi se sustenta en una aproximación concreta a la idiosincrasia chilena, en particular, a protagonistas de diversos espacios sociales. Su estilo visual utiliza la observación[1] para describir historias y situaciones comunes en lo aparente, si bien contienen otras ideas que se vinculan con la corporeidad presente en el elitismo, lo popular y la rutina.

Entenderemos por corporeidad la identificación física de personas y su relacionamiento con otras y con el medio. Alberdi escenifica un cine que a nivel formal resalta los detalles del cuerpo, además del movimiento corporal como una extensión de un ámbito psicológico determinado por preceptos socioculturales. En El Salvavidas y en La Once predomina el registro visual de personas, cuyas historias y conflictos interiorizan al espectador en otras realidades y situaciones, entre ellas, la popularidad y la exclusividad. La primera muestra la ética profesional de un salvavidas que busca ser reconocido por su trabajo y obediencia a las reglas. En cambio, La Once se centra en un grupo de amigas mayores de edad, quienes a través de encuentros mensuales rememoran el pasado y la juventud en medio de un determinismo cada vez más patente que se vincula a la muerte.

En La Once la cámara se detiene en las arrugas y en la piel cansina presente en los rostros de las amigas. Son la prueba evidente del paso del tiempo, lo que contrasta con la lucidez de la palabra y el diálogo en torno a recuerdos de juventud. Esta corporeidad también es el espacio de experimentación de un maquillaje sobrecargado en torno a tópicos como la vanidad, y que además suele ocultar males y enfermedades. Alberdi tensiona en imágenes estos cuerpos, pero también explora otras ideas relacionadas con la diferencia de clases. En el filme cada mesa que agrupa a las protagonistas tiene una estructura y un orden determinado a nivel espacial. Son funcionales, pero también son una representación social de las amigas, las que pertenecen a un nivel socio cultural alto y de antiguas costumbres, aspecto que se constata en tradiciones familiares, siendo la más evidente el uso de la campanilla. Dicho utensilio tiene por propósito avisar a las responsables del servicio los momentos idóneos para servir o retirar ciertos alimentos, hecho que expresa una primera distancia entre dos clases sociales, es decir, entre las dueñas de casa y las empleadas que se muestran en el transcurso del filme, ya sea sirviendo comida o atendiendo a las invitadas.

Las amigas pertenecen a un grupo cerrado a nivel físico[2]. Son selectivas en cuanto a quienes convocan para cada encuentro, a la vez que prevalecen en ellas paradigmas sociales, políticos, religiosos y sexuales. Casi todas comulgan en pensamientos y preceptos en torno a la familia y en cómo perciben a la juventud de hoy. Alberdi deja entrever algunos discursos moralizantes que de alguna manera también se circunscriben a la idea del pasado, de la nostalgia y del recuerdo, los que finalmente están sujetos a la duración y extensión del cuerpo de las protagonistas. Como espectadores podemos apreciar el determinismo propio de una generación, cuyos puntos de vista y concepciones de vida tienen una fecha de caducidad ineludible, siendo dicho resultado el paso lógico a otros pensamientos que son atingentes a las nuevas generaciones. La cámara de Alberdi privilegia la utilización de planos cerrados como una manera de mostrar cierta afectación en el relato, además de un segmento social afianzado en sus costumbres e imaginarios. El plano sonoro también es una extensión de esta corporeidad, ya que figuras como el sonido del reloj es un símbolo del paso del tiempo. A su vez, la resonancia del agua vertiéndose en una tasa y el de los tenedores partiendo pedazos de tortas transmite la idea de la vida presente en el alimento. Lo anterior, en contraposición a la lasitud del rostro y el cuerpo en la escena de la siesta en un paseo de las protagonistas.

La corporeidad social es mucho más evidente en El Salvavidas, en donde la playa Chépica en el balneario de El Tabo (en la Región de Valparaíso) es el lugar en donde se reúne una considerable masa de personas. Elias Canetti en Masa y Poder se refiere a esta expresión como “una figura que está en permanente crecimiento y en donde reina la igualdad”. Es en esta uniformidad en donde el protagonista busca el reconocimiento, pero en donde también utiliza su posición como atributo diferenciador, ya sea de control o de poder sobre los demás. El Salvavidas es la única persona que evita el agua y que a nivel corporal, y a través del sustento visual que le entrega su uniforme, muestra distancia hacia los bañistas. A ello se suma la indiferencia por las particularidades físicas. Gordos, viejos, flacas, morenos y blancos son parte de una masa humana, cuyo propósito es disfrutar del mar y del descanso que proporciona dicho escenario.

La playa en El Salvavidas no limita el acceso, las costumbres y la educación, incluso para por alto las diferencias de gustos como sucede con los jóvenes amigos vestidos con la camiseta de equipos como Colo Colo y la Universidad de Chile. Se trata de un espacio etnográfico, democratizante y de aceptación salvo las exigencias que defienden los salvavidas. Estos vigilan desde sus torres, se anticipan a posibles peligros y mediante pitos y señas realizan las advertencias pertinentes. Son figuras que a nivel corporal se encargan de la supervisión de otra corporeidad omnipresente y a mayor escala, y que es difícil mantener bajo determinados límites[3].

El conflicto principal en El Salvavidas se centra en la relación entre el protagonista (Mauricio) y su compañero (Jean Pierre). El primero es rasta que mantiene un trato adusto con los bañistas. Sus movimientos y rostro transmiten cierto desdén hacia las personas que debe proteger. Sin embargo, sigue las reglas, siempre está alerta, cumple los horarios y registra en un diario todas las novedades del día. En la otra vereda está Jean Pierre, quien es relajado, falta al trabajo y disfruta de la playa como si fuese un turista más. Sin embargo, y a pesar de su falta de prolijidad, es eficiente, rescata personas y no titubea ante posibles peligros. Son dos personas con predisposiciones distintas hacia el trabajo, tanto en lo corpóreo como en el plano psicológico. Alberdi explora con la cámara dichas diferencias, y también las conecta con situaciones como la ambivalente admiración de un niño y de la masa de personas presente en la playa[4].

Elias Canetti identifica en la masa el concepto de la Descarga, “el cual se debe entender como aquel momento en que todos los que pertenecen a ella quedan despojados de sus diferencias y se sienten como iguales”. En El Salvavidas dicho momento sucede cuando se ahoga un bañista. Durante toda la película se visualiza a personas hablando unas de otras, casi siempre en calidad peyorativa y por medio de una verbalización solapada y casi silenciosa. Este fenómeno social -característica recurrente de la idiosincrasia chilena- se anula frente a la tragedia, más aún cuando ésta compromete la vida de individuos o de grupos. Esta escena es reveladora por la correspondencia social señalada, pero también por la dicotomía entre protagonista y su efectividad a nivel laboral.

El cine documental de Maite Alberdi aborda y visualiza la idiosincrasia chilena desde diversas situaciones y realidades, a la vez que proporciona a la corporeidad un rol clave en dicho interés. Su obra exhibe la precariedad de nuestra sociedad -material y emocional-, así como nuestra rigidez en pensamientos y en cómo nos percibimos los unos a los otros, ya sea a nivel social, familiar y laboral. Es un cine que por medio de la visualización de lo corpóreo revela nuestras grandes diferencias y distancias, y que también nos confronta con realidades personales que evitamos asumir, ya sea por dolor o vergüenza.
[1] El teórico Bill Nichols en su libro La Representación de la Realidad describe este estilo como Modalidad Observacional, la que toma elementos del cine Vérité Francés y el cine documental de la década del 60´ en Estados Unidos. Lo anterior, en filmes como Primary de Robert Drew sobre las elecciones primarias del partido demócrata en 1960, entre John F. Kennedy y Hubert Humphrey.

[2] En una situación muy similar a la que se muestre en 12 Hombres en Pugna de Sidney Lumet. Dicho filme transcurre en una habitación. En ella están encerrados los miembros de un jurado, quienes deben dirimir en torno al juicio de un joven acusado de haber asesinado a su padre. La relación espacial y corporal entre los protagonistas del filme representa una extensión muy clara y concreta sobre sus propios paradigmas y concepciones respecto del acusado.

[3] La corporeidad del protagonista también incluye su relación con el mar. Este espacio apenas está presente en el filme. Como espectadores escuchamos el sonido del oleaje, cuya peligrosidad se refleja en el rostro del salvavidas. Éste evita acercarse al mar y apenas lo observa a través de sus anteojos de sol, relación que transmite los conceptos de distancia y de temor.

[4] La figura de la playa en el cine es recurrente. Por ejemplo, en Bajo la Arena de François Ozon la playa es el espacio en donde una persona puede desaparecer. Es la individualidad corporal se extravía en medio del mar y la arena. En cambio, en Tiburón de Steven Spielberg se muestra a la playa como un espacio en donde la corporeidad individual busca protección en medio de la masa.

BIBLIOGRAFÍA

  • Canetti, Elias. Masa y Poder. Editorial Alianza. 2000
  • Nichols, Bill. La Representación de la Realidad. Editorial Paidós
  • Breschand, Jean. El Documental, La Otra Cara del Cine. Editorial Paidós.

FILMOGRAFÍA

  • El Salvavidas, Maite Alberdi, 2011
  • La Once, Maite Alberdi, 2014
  • Bajo la Arena, François Ozon, 2001
  • Tiburón, Steven Spielberg, 1975
  • 12 Hombres en Pugna, Sidney Lumet, 1957