Sean Connery entró a la década de los años ochenta con buenos filmes, entre ellos, Atmósfera Cero (la versión espacial de A la Hora Señalada) y Time Bandits de Terry Gilliam. Sin embargo, todavía arrastraba desde los años 70 algunos filmes que no funcionaron en la taquilla y menos con la crítica. Aquí tenemos ejemplos como la infame Meteoro, filme de catástrofes, cuya trama giraba en torno a un gigante asteroide camino a la tierra. También estaba la incomprendida distopía de Zardoz de John Boorman. Ojo que en la década de los 70` no todo estuvo perdido, ya que hubo sorpresas para el protagonista de A la Caza del Octubre Rojo en filmes esenciales como El Viento y el León, El Hombre que quería ser Rey y Un Puente Demasiado Lejos. Lo que trato de decir con esto es que Connery tuvo una carrera demasiado dispar y en los años 80, en sus primeros años, estaba cómodo dando palos de ciego con decisiones extrañas como Nunca Digas Nunca Jamás, remake de Operación Trueno en 1983, un año en que también estaba en cartelera otro James Bond en la piel de Roger Moore en Octopussy.

Finalmente, llegamos a 1986 cuando Sean Connery tuvo dos papeles que revitalizaron su carrera: Highlander de Russell Mulcahy y El Nombre de la Rosa del francés Jean-Jacques Annaud (Enemigo al Acecho). Esto sucedió un año antes de Los Intocables de Brian De Palma, película que por fin le permitió al ex agente secreto el reconocimiento de la crítica con el Oscar a Mejor Actor Secundario por su rol del policía Jim Malone.

A través de este comentario me voy a centrar en el filme de Annaud. El Nombre de la Rosa es casi materia obligada en el colegio, ya que es la adaptación cinematográfica de la novela homónima del escritor italiano Umberto Eco. Recuerdo haber visto este filme por primera vez en clases. En aquella época era un estudiante al que le gustaba el cine, pero que todavía no tenía demasiado claro sobre quién era Eco o Annaud. Sí me acuerdo que me llamó la atención los métodos deductivos del personaje de Connery y, sobre todo, la escena sexual entre la actriz chilena valentina Vargas y de Christian Slater, algo totalmente normal considerando que apenas tenía 11 o 12 años y creo que todos mis compañeros sentían lo mismo. Incluso, recuerdo en ocasiones a profesores adelantando aquella escena, actitud muy parecida a los sacerdotes y monjes que en el filme de Annaud ocultaban libros con conocimientos ajenos a los absurdos tiempos de la Inquisición. En cierta forma mis compañeros y yo experimentamos una especie de “oscurantismo” en un colegio católico algo miedoso de discutir cosas tan naturales como el sexo y el deseo.

Volviendo a El Nombre de la Rosa, me atrevo a decir que se trata de uno de los mejores filmes de Sean Connery, cuyo personaje William von Baskerville se sustenta en el Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle y en Hércules Poirot de Agatha Christie. Baskerville, que pertenece a la orden de los monjes franciscanos, tiene la misión de desentrañar el origen de un extraño suicidio, así como de algunas muertes que se van produciendo en una abadía benedictina situada en medio de la nada. Umberto Eco era ateo y también un filósofo y escritor que sentía curiosidad por la religión. En El Nombre de la Rosa escudriña en las ambivalencias de la Iglesia, en las diferencias entre distintos tipos de credo, en la opulencia y desconexión del Vaticano con los desposeídos y, en especial, de aquellos tiempos oscuros al que se le conoce como época de la cristiandad o edad media. A nivel cinematográfico, el cineasta Jean-Jacques Annaud logró transmitir la sensación de misterio de la obra de Eco. Annaud se caracteriza por ser un autor con una mirada costumbrista y multicultural en obras como Quest of Fire, El Amante, Siete Años en el Tíbet y El Oso. Tiene la capacidad para crear atmósferas y en El Nombre de la Rosa se puede sentir la opresión de los recovecos de la abadía, también el frío y aquella rigidez que es propia de cualquier convento. Los rostros de los habitantes de esta abadía parecen sacados de una obra de El Bosco. También es interesante cómo fija la cámara en aquellos detalles en torno a las tradiciones de los monjes, algo que en ocasiones parece ser un esfuerzo fatuo y sin sentido.

Connery siempre ha tenido la cualidad de dotar a sus personajes con sentido común, racionalidad y coherencia. No es la pasión desbocada de un James Dean o la introspección de Anthony Hopkins, sino más bien raciocinio y precisión. Por eso, el rol de Guillermo de Baskerville le viene como anillo al dedo, ya que este personaje se sustenta en el método científico y en el razonamiento deductivo. Connery refleja sabiduría y su acento escocés acentúa dicha cualidad.

En la época del estreno del filme se criticó bastante la distancia con la obra literaria. Es casi lógico este tipo de percepciones, pero no podemos olvidar que la novela de Umberto Eco tiene muchos significados que son imposibles de transmitir en poco más de dos horas. Considerando las distancias, el filme de Annuad es entretenido, bien realizado y con notables interpretaciones. En resumen, se trata de un acertijo que critica las dualidades e hipocresías de algunos hombres de fe, así como sus “desviaciones y faltas”, algo que es muy atingente a las recientes denuncias contra religiosos chilenos, en particular, en abusos de poder, en tratos injustos contra inocentes y en la ocultación permanente de la verdad. El Nombre de la Rosa me recuerda mi infancia, mi época en el colegio, a la vez que es un claro ejemplo de que la “oscuridad e ignorancia” todavía persiste en pleno siglo XXI. Filme esencial de los años ochenta con una de las mejores actuaciones de Sean Connery y con el sugerente score de James Horner (Corazón Valiente, Aliens).

 Título original: The Name of the Rose (El Nombre de la Rosa) / Director: Jean-Jacques Annaud / Intérpretes: Sean Connery, Christian Slater, Helmut Qualtinger, Elya Baskin, Michael Lonsdale, Volker Prechtel, William Hickey, Feodor Chaliapin Jr, Michael Habeck, Valentina Vargas, Ron Perlman y F. Murray Abraham / Año: 1986.