El director australiano George Miller se hizo famoso a fines de los años 70 con Mad Max (1979) y, en especial, con Mad Max: The Road Warrior en 1981. La visión de un mundo distópico, en las llanuras del desierto australiano después de una guerra nuclear a escala global, fascinó tanto a espectadores como a críticos, haciendo del protagonista de esta saga -Max Rockatansky- un personaje de la cultura popular. A ello se sumó la destreza técnica de Miller, quien con Mad Max: Fury Road sentó cátedra en el Festival de Cannes de 2015. Esta película, cuya producción se pospuso durante años, nos acercó a un ejercicio de cinematografía pura gracias a escenas alucinantes en el plano visual.

Sin embargo, esta vez no quiero hablar del Mad Max de George Miller, de su visión como autor en torno a esta franquicia. Esta vez me quiero centrar en otro trabajo que realizó desde la silla de director. Es cierto que su filmografía ha sido accidentada y con pocos títulos a lo largo de una carrera de más de 40 años. A pesar de dicha característica, Miller tiene algunas obras muy llamativas, entre ellas, el tercer capítulo de The Twilight Zone: The Movie (que se basa en un capítulo de la serie homónima de los años 60) y Las Brujas de Eastwick. A través de este comentario me voy a centrar en su filme Un Milagro para Lorenzo de 1992.

La película narra la historia real de Augusto (Nick Nolte) y Michaela Odone (Susan Sarandon), padres que durante los años ochenta tuvieron que enfrentar una extraña enfermedad que afectó a su hijo. Se trató de un síndrome degenerativo a causa de la falta de una enzima y de cómo su ausencia eliminaba la mielina del cerebro, sustancia que protege y permite el correcto funcionamiento de los impulsos nerviosos que activan las funciones motoras.

Un Milagro para Lorenzo podría ser catalogada como melodrama puro, si bien el resultado es mucho más que eso. Están las usuales escenas con médicos, en hospitales, en exámenes y de sufrimiento de dos padres que poco o nada pueden hacer contra lo adverso. Abundan las escenas que producen lágrimas, pero finalmente estamos ante una historia que en las manos de George Miller alcanza nuevos significados y efectos. Miller utiliza deliberadamente composiciones clásicas para resaltar el sentido casi operático que implica luchar por la vida de un ser querido. Los Odone lloran por su hijo, pero son personas de acción que deciden hacer algo y contra todo pronóstico se vuelven tan capaces e informados como los doctores con los que tratan. Finalmente, deciden comprender e interiorizar la enfermedad de su hijo como el trabajo que desarrollaron anteriormente en el extranjero. Buscan conocer sobre una enfermedad de la cual hay poco material o conocimiento. Se instruyen en forma autodidacta sobre química, bioquímica, tratamientos celulares, genética y ensayos que podrían identificar las piezas del rompecabezas que día a día enfrentan. La falta de tiempo juega en contra de ellos y lo saben. Cada hora, semana y mes que pasa su hijo está más cerca de perderlo todo. Para evitar esto, deciden asociarse con el profesor Nikolais (Peter Ustinov), y con otros médicos, investigadores y padres que también viven en el anonimato el calvario de una enfermedad que no tiene solución.

Un Milagro para Loreno conmueve, pero no sólo al ver escenas en donde un niño es incapaz de tragar saliva o valerse por sí mismo en cualquier sentido, o cuando vemos a sus padres cansados, sin dormir y desorientados ante el mayor y más incisivo de los dolores como lo es la idea de perder un hijo. El filme asombra al presenciar la tenacidad de los padres, en cómo estos de alguna forma le ganan a los dictamines e improbabilidades de la medicina, y en cómo ésta a veces suele deshumanizar el sentido de vida que se intenta proteger.

George Miller sabe de acción y técnica, y en Un Milagro para Lorenzo profundiza en su otra faceta en torno a la dirección de actores. También adapta el guion y desarrolla diálogos interesantes sobre la paternidad y las responsabilidades -ruidosas y silenciosas- que ello conlleva (atención con el soberbio trabajo del director de fotografía John Seale). Estamos ante una película que no da respiro, que se mueve en medio del suspenso que suelen generar los grandes avances de la medicina, y que en esta ocasión se origina desde el profundo amor de dos padres hacia un hijo cuyas investigaciones y tenacidad destruyó la frialdad de las estadísticas, además de mejorar la calidad de vida de otros niños. Sin duda, estamos ante una muy buena película de los años 90 junto con ser una clase sobre cómo realmente se deben filmar aquellas historias que tienen el sello “basado en hechos reales”. Mención aparte para las compenetradas actuaciones de Nick Nolte y con una Susan Sarandon que muestra el amor abnegado de una madre ante un hijo enfermo.

Título original: Un Milagro para Lorenzo (Lorenzo`s Oil) / Director: George Miller / Intérpretes: Nick Nolte, Susan Sarandon, Peter Ustinov, Zack O` Malley Greenburg y James Rebhorn / Año: 1992.