Siempre he sido un fanático de los filmes de John Carpenter y cuando me tocó dictar un taller sobre su obra y obsesiones me detuve bastante en El Príncipe de las Tinieblas, probablemente su obra más personal y oscura, y que también es parte de su Trilogía del Apocalipsis (The Thing y En la Boca del Miedo). La película de 1987 es la historia del padre Loomis (Donald Pleasence), quien descubre la Hermandad del Sueño, un grupo de sacerdotes que durante siglos han contenido una fuerza maligna en el sótano de una iglesia. En un recipiente cilíndrico se resguarda una materia de color verde que es la expresión absoluta de la maldad, una prueba fehaciente sobre la existencia física del demonio. El sacerdote está inquieto y es testigo de cómo esta entidad contenida comienza a manifestar vida y consciencia. Esta es la oportunidad para demostrar científicamente que la maldad también es materia y para ello convoca al reputado profesor Howard Birack (Víctor Wong) y a un grupo de sus estudiantes para estudiar esta extraña manifestación. Durante la investigación el mal se desencadena y los poderes de una profecía milenaria se apoderan de alumnos que tienen competencias en la traducción de idiomas extraños, matemáticos y parasicólogos, entre otros.

El Príncipe de las Tinieblas está repleto de los elementos del cine de John Carpenter: historia de bajo presupuesto, protagonistas acorralados por una fuerza desconocida en un determinado espacio físico, teorías sobre el origen del mal, una atmósfera que transmite una sensación continua de inquietud, un inspirado score a cargo del propio Carpenter en colaboración con Allan Howarth, y también algunas ideas sobre el mal como parte de nuestra dualidad como seres humanos. Cuando John Carpenter dirigió el filme estaba muy interesado en la idea de que el mal también pudiese ser medible y estudiado a nivel científico. Estos planteamientos están presentes en la obra Carpentereana, pero es en El Príncipe de las Tinieblas en donde queda más patente. A ello se suma la habilidad del director de The Thing para mostrar historias que tienen ciertas cualidades literarias. En ocasiones pareciera ser que estamos ante un cuentacuentos, ante un autor que nos relata historias sobre la capacidad del hombre para enfrentar el mal a partir de diferentes manifestaciones.

John Carpenter también es un cineasta que ha criticado abiertamente a la sociedad de consumo, así como la manipulación de los medios y el interés exacerbado de controlar al otro. La obra que mejor representó este punto de vista fue They Live, si bien El Príncipe de las Tinieblas también contiene una crítica hacia instituciones como la Iglesia Católica, en especial cuando ésta oculta verdades que pueden ser medibles, y que están más allá que simples parábolas en una biblia. La película de Carpenter profundiza en el mal, en su capacidad para manipular en un momento que anticipa la debacle de la humanidad. Aquel sentido apocalíptico se percibe en cada momento, a la vez que somos testigos de una batalla entre el bien y el mal que se produce en una iglesia abandonada. Somos espectadores de la posible génesis de algo más grande y aterrador que se podría desbocar irremediablemente sobre la humanidad, idea que perturba y mucho. John Carpenter siempre ha sabido como provocar este tipo de inquietudes en sus filmes porque muestra el origen del mal como algo casi anodino y sin importancia, una manifestación anónima que se desarrolla en vecindarios o pueblos desconocidos. Estamos ante la banalización del mal, aspecto que bien podría determinar su éxito porque son pocos los que se dan cuenta de ello, además de sus posibilidades de expansión.

El Príncipe de las Tinieblas también fascina por la idea del espejo como espacio en donde podemos ver nuestras dualidades. En un estado físico vemos nuestra realidad reflejada, una refracción de la realidad que habla de dos dimensiones posibles que conviven en un determinado espacio. Carpenter explora la idea de que detrás de la imagen que proyectamos podría existir otro mundo, una visión más profunda de nuestro ser. Es la dualidad entre el bien y el mal, ámbitos que conviven en distintos espacios, pero que al final se originan en la misma persona.

En El Príncipe de las Tinieblas John Carpenter demostró que, con poco presupuesto, buenas ideas y la unión entre actores profesionales y algunos amateurs se podía hacer una muy buena película. Estamos ante un filme que provoca miedo y una permanente sensación de inseguridad. Como suele ser habitual en su filmografía, Carpenter nos devuelve al equilibrio entre las fuerzas antagonistas, pero también nos plantea la idea del mal como una manifestación permanente que nunca será derrotada del todo. El cine del realizador de Christine se echa de menos porque siempre aportó al género de terror puntos de vistas interesantes sobre lo imposible, nuestras debilidades y el punto de vista de un ser humano que no puede negar al mal porque éste está ahí y en ocasiones simplemente se despierta de un largo sueño. Es parte de todos nosotros, nos rodea, nos interpela y nos aterroriza, y en ocasiones se impone.

Título original: Prince of Darkness (El Príncipe de las Tinieblas) / Director: John Carpenter / Intérpretes: Donald Pleasence, Lisa Blount, Víctor Wong, Jameson Parker, Alice Cooper y Dennis Dun / Año: 1987.