En los últimos 10 años Anthony Hopkins se ha posicionado como el intérprete de hombres sabios, cuya sola presencia garantiza cierto nivel de calidad. Su participación en filmes comerciales y en franquicias como Thor o en la quinta e innecesaria entrega de Transformers provoca un poco de extrañeza, en especial, cuando hablamos del mismo actor que reestructuró un nuevo molde de psicópatas cinematográficos con El Silencio de los Inocentes. Hopkins ha realizado roles notables en The Bounty, Lo Que Queda del Día, Tierra de Sombras y en Nixon. Sin embargo, hoy parece estar demasiado cómodo en roles en donde es clave la frase justa y repleta de significados. Estamos ante el arquetipo del hombre culto y que usualmente enseña a las generaciones más jóvenes lecciones moralizantes desde cierta afectación corporal.

A pesar del descrito desaprovechamiento actoral, igual nos sigue gustando Hopkins y bien vale la pena recordar sus buenos tiempos en filmes como The Edge (Al Filo del Peligro), obra del neozelandés Lee Tamahori, quien en 1994 llamó la atención de la crítica mundial con una discreta obra llamada El amor y la Furia. Aquella película le abrió las puertas a Hollywood y después de la interesante Mullholland Falls, una cinta que integró los mejores arquetipos del cine negro en la ciudad de Los Ángeles, decidió dar el salto a una producción con mayores recursos como The Edge. El filme tiene una premisa bastante sencilla en torno a un millonario que tras un accidente en avioneta debe sobrevivir a las inclemencias de un terreno hostil, en donde abunda la nieve, la soledad y un oso deseoso de carne humana. Se trata de una película del subgénero survivor en el que Hopkins interpreta al poderoso, culto y controlado Charles Morse. Junto a él está un fotógrafo de modas (Alec Baldwin) que de paso sostiene una aventura con su joven esposa.

The Edge se estrenó en 1997 y no produjo mucho revuelo, si bien ha sido un filme que ha envejecido con gracia y que destaca por un conflicto de celos en medio de un gran escenario como lo es un bosque repleto de montañas y senderos sin un atisbo de vida humana. Tamahori ha desarrollado una filmografía irregular en la que se incluye un filme de la franquicia James Bond y también un enorme tropiezo llamado Next con Nicolas Cage. Sin embargo, The Edge es una de sus obras mayúsculas. Lo anterior se debe a su historia y a la pluma de un guionista del calibre de David Mamet (House of Games), quien siempre ha profundizado en temas que se vinculan con la traición, la tentación y la venganza. Mamet es un superdotado para los diálogos, lo que se agradece. Esto porque The Edge es una película muy física, pero cuyo principal valor son los diálogos en donde abundan las diferencias sociales entre dos hombres. Uno es rico, poderoso y seguro de sus acciones. El otro es resentido y prefiere observar al millonario con cierto desdén. Es la envidia de quien desea lo imposible y cuya única arma disponible es el sexo y el encanto. Estos dos hombres frente a una situación extraordinaria deberán sumar fuerzas hasta encontrar un punto en común.

Tamahori explora la exposición del hombre a un estado primario, de sobrevivencia, en el que sólo importa el trabajo en equipo para obtener alimento o seguridad. Es en esos momentos cuando ambos protagonistas van creando un nexo que se detiene cuando pasa el peligro. Pareciera ser que el reencuentro con la sociedad, el anhelo por volver a ella, termina por producir un estado aún más salvaje y bestial, el que es peor que la voracidad de cualquier oso. The Edge también es una lucha de clases, del que tiene menos y mira con suspicacia al que tiene más. A su vez, el poderoso observa con distancia a los demás, siempre desde la desconfianza. En el filme Hopkins y Baldwin destacan por sus interpretaciones, en especial, cuando la masculinidad y el sentido de lealtad -que tanto abordaron cineastas como Howard Hawks- abre la única esperanza para sobrevivir en medio de un terreno olvidado. Hopkins es contención y Baldwin transmite fragilidad a partir de la rabia y la frustración.

The Edge tiene muchos momentos que son notables a través de escenas que comunican ideas muy actuales que se vinculan con la competitividad. Hace varios años asistí a un taller sobre liderazgo empresarial y me llamó mucho la atención la utilización de diversas escenas del filme a manos de un experto extranjero, quien graficó ámbitos del coaching y el manejo de equipos. Más allá de esta revelación, debo decir que la obra de Tamahori es un trabajo muy bien logrado en lo formal y en el desarrollo interpretativo. A ello se suma una de las composiciones más inspiradas del desaparecido Jerry Goldsmith durante la década de los años noventa.

The Edge tiene momentos sobrecogedores, siendo uno de ellos cuando en el epílogo del filme ambos protagonistas se toman las manos. Estamos ante una escena que se sustenta en la redención y en la amistad posterior a la traición. Después de la destrucción innata de un gigante oso, de varias dosis de suspenso y de un ritmo visual que no da tregua en torno a la desconfianza entre humanos y hacia la naturaleza, The Edge finaliza con un momento de humildad y sencillez que pocas veces se ve en el cine estadounidense. Son las declaraciones de un hombre ante un hecho extraordinario, y que habla desde el perdón. The Edge es un secreto muy bien guardado y que está ahí, desde hace 20 años, para ser redescubierto tanto por cinéfilos como espectadores.

Título original: The Edge / Director: Lee Tamahori / Intérpretes: Anthony Hopkins, Alec Baldwin, Elle Macpherson, Harold Perrineau, L.Q. Jones y Katherine Wihoite / Año: 1997.