Tenía muchas expectativas con Kong: La Isla Calavera, las que quedaron truncadas luego de un largometraje tedioso y con actores literalmente desperdiciados en pantalla. Había escuchado y leído comentarios que celebraban su estilo visual y su abierta inspiración en Apocalypse Now de Francis Ford Coppolla. Incluso, el reputado sitio web Rotten Tomatoes le otorgó al filme el no despreciable 79% de aprobación, certificando la obra de Jordan Vogt-Roberts como un producto fresco y de buena calidad.

Es cierto e indiscutible que el filme tiene espectaculares efectos visuales. El Kong de Vogt-Roberts tiene más realismo que el King Kong (2005) de Peter Jackson. Sin embargo, en el filme del director de El Señor de Los Anillos había más amor por el personaje, además de un inspirado relato sobre el cine de los años 30´ y del género de aventuras, además de ciertas connotaciones sexuales entre simio y la mujer de sus afectos (en directa relación al filme King Kong de 1933 dirigido por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack). En cambio, el Kong 2017 luce cansado entre tanto efecto digital en torno a la historia de un grupo de científicos dispuesto a desentrañar los misterios de la Isla Calavera, quizá el último terreno virgen en medio de la convulsionada década de los 70´ en Estados Unidos. Nuevamente, quiero resaltar la espectacular producción y reconstrucción de escenas de aquella época. El look setentero te traslada al año 1973 y también te permite sentir la relevancia socio cultural del modelo de Helicóptero Bell UH-1 Iroquois, la nave más utilizada en el traslado de tropas en la Guerra de Vietnam.

En Kong todo está empaquetado y digerido, en particular, la introducción con imágenes que dan cuenta del paso de la Segunda Guerra Mundial hasta el año 1973. El cine de hoy es así, ya que es consciente de la carencia de las nuevas generaciones que poco o nada saben de la Guerra Fría o de la carrera espacial entre norteamericanos y rusos. Las únicas pausas de Kong son sus escenas preciosistas en ralentí que sólo sirven para embellecer el envoltorio de una caja demasiado hueca. A pesar que la acción es continua, la experiencia fílmica de Kong se hace eterna. Se alarga en forma innecesaria y ello sucede por la precariedad de un guión que sospechosamente fue armado por tres guionistas, incluyendo a Dan Gilroy, el director de Primicia Moral (Nightcrawler).


Lo que más me molestó de Kong: La Isla Calavera fue su Talón de Aquiles que corresponde a un galardonado elenco que dispara para todos lados, con frases clichés que brotan de la boca cada medio minuto, y con cero apego al material que están rodando. Tal como lo dijo Antonio Martínez en Wiken, Tom Hiddleston está hecho para interpretar a Loki en la saga Thor, pero no a un héroe de pocas palabras. Es tan contradictoria su participación en el filme que me hace dudar si sería o no el candidato idóneo para suceder a Daniel Craig en James Bond. También luce perdida Brie Larson, quien mostró su talento y ganó el Oscar a Mejor Actriz por la sublime La Habitación (2015), pero que aquí da palos de ciego. Sólo es un bello rostro que decora un gran encuadre. Ello, además, pone en duda su decisión de asumir el rol de Captain Marvel (esperemos que no sea un fiasco). Otro actor que está fuera de foco es Thomas Mann, quien en Me & Earl & the Dying Girl (2015) fue gracioso y un talento en ciernes, si bien en Kong sólo se queda en las buenas intenciones. Todo esto me hace pensar en la horrible necesidad que tienen algunos actores de Hollywood por acaparar popularidad cuando olvidan que lo relevante es trascender en trabajos un poco más discretos. No soy ingenuo porque sé que el dinero que se mueve en la industria fílmica estadounidense es difícil de rechazar, pero insistir en leer un guión con más atención tampoco hace mal a nadie. No me voy a referir a secundarios muy queridos por mí, como los son John Goodman y John C. Reilly. Prefiero pensar en sus roles en filmes del tipo Barton Fink y El Gran Lebowski (en el caso de Goodman) y en Walk Hard: The Dewey Cox Story y Carnage (en Reilly). Por último, Samuel L. Jackson hace un papel que tiene ecos en Los Ocho Más Odiados de Tarantino, pero sólo con más cara que corazón de malo.

En el cine veo de todo, desde cine arte, experimental o blockbusters. Tengo claro que todo puede tener un valor y, por tal motivo, aprecio con pasión subgéneros como el slasher. En Kong me fue difícil encontrarlo y también a mi padre. Con él fui a ver Logan y también Kong: La Isla Calavera. Es cierto que ninguno de los filmes le gustó mucho, si bien me dijo una escueta frase que de alguna forma resume este comentario: “Logan tenía más cine”.

Julio Bustamante
Editor general
Espectador Errante